Un pequeño homenaje a uno de los grupos más representativos de Xalapa y la región

 

 

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Todo ser humano puede sentarse en la orilla de su cama y remontarse a todo lo que ha sucedido en su vida. Los momentos buenos y malos se convierten en espacios de reflexión cuando se analizan las cosas desde un punto de vista objetivo que solo los recuerdos y la experiencias pueden darte. Hace unos días, buscando unas fotos de mi hija me encontré con una en específico, una foto que me remonto a ese momento triste y melancólico donde le dije adiós a mis grandes compañeros, mis grandes amigos, mi familia.

El gusto por la música en los jóvenes Xalapeños es prácticamente un dogma. Entre bromas, siempre se comenta: «En Xalapa, levantas una piedra y aparece un bajista, un baterista, un vocalista y un tecladista»; la broma siempre se acepta, pero pocos la determinan poco viable para darle a Xalapa el concepto de una ciudad musical.

Y en este tenor tres jóvenes decidieron unir sus talentos en la primera piedra de una aventura llamada Zona Urbana, con una ilusión premeditada y una austeridad propia de la edad. Rafael (Guitarra), Armando (bajo), Edel (batería y coros), y Luis Manuel (Teclados y vocalista) iniciaron la aventura en una cochera iniciando con el risible y nada atractivo nombre de Andrómeda.

Los ensayos en ese momento eran poco periódicos, sin tanta exigencia, pues solamente (acordado por ellos) era un hobbie, una forma de salir del tedio de las clases, novias, padres y todas las «responsabilidades» innatas de jóvenes estudiantes de universidad. Pronto, en su corta “carrera artística” llego la primera oportunidad, un encuentro de grupos en la ciudad de Coatepec, y pues se les  invito como parte de los teloneros de un evento de música rock. La experiencia fue sin igual, por primera vez Andromeda tocaba más allá de las personas que pasaban y sonreían al escuchar los acordes de tres locos tocando a la nada. El mágico y perturbador el momento sobre el escenario mientras las notas salían de forma continua de los instrumentos, ese momento fue el inicio de una aventura, donde la pregunta en sus cabezas golpeaba una y otra vez con ese bit incesante: ¿Debemos seguir?

Al bajar del escenario con la soledad de errores cometidos, cada uno de los integrantes se separó, en un futuro incierto, triste, acomplejado.

Una llamada telefónica. El darse una nueva oportunidad comenzaba con el sentido crítico de que el ensayo a cuenta gotas no era suficiente.  En este momento, el grupo sufrió su primera baja. Armando, el primer bajista del grupo no pudo continuar, entrando a suplir con magistral dedicación Oscar Rene. Sonriente como siempre y dedicado como pocos, Oscar dejó lentamente un miedo natural al cambio atrás y dejo que sus dedos batallaran con la presión y  así, sus miedos se convirtieron en notas y esas notas en la música que dejo plasmada ahí, en ese espacio difícil de llenar.

El momento era el indicado, la Zona comenzaba a formarse, pero aún faltaba mucho camino a este sueño, mucho sendero que caminar y muchas sonrisas que admirar.

Sin batutas, sin líderes, sin ningún tipo de compromiso, solo con la música, comenzaron a ensayar de nuevo pero ahora con un nuevo integrante, la segunda guitarra Emilio, que con envolvente sonido y estridentes notas marco un estilo diferente que era solamente empañado por su gran voluntad. El peregrinar comenzó. Como grupo de jóvenes la comodidad nunca fue una prerrogativa. Mientras existiera un contacto de luz, poco espacio y cajetillas de cigarros, el grupo se mantenía feliz. Lentamente se iba formando más que un grupo de rock, aunque faltaba un elemento para desarrollar al máximo las habilidades de cada uno: Un vocalista.

Y el peregrinar fue continuó. La desgastante y apabullante búsqueda los llevo a muchos fiascos que lentamente comenzaban a resignar la mente de los integrantes a que solo sería una quinteta la que llenaría un escenario.  Los ensayos continuaron con muchos sueños, demasiadas expectativas y pocas oportunidades. Coatepec era el destino de ensayo de un grupo que se creo a base de sonrisas, sueños, castres, enojos, desmadre  y esperanzas,  que lentamente iba tomado forma.

Era el momento de escoger un nombre. Andrómeda era demasiado delicado ya para lo que se ponía en las bocinas y sinceramente ni siquiera se tiene un dato específico del por qué sucedió

 “…¿Qué les parece Zona Urbana?..” – dice una voz en el ensayo

Las miradas se entrecruzaron y con un cierto desdén se aprobó el nombre del grupo sin meditar en ese momento la importante marca que dejaría en sus memorias.

La experiencia que ganaron en cada uno de esos momentos los forjo como algo más que amigos. Lentamente sus sueños comenzaron a tomar forma. La primera tocada al público. “Zoo” era el lugar. Con nervios llegaron a  ese día como un grupo saliente en medio de “Fueras de Tonos” y “Kaos” que “controlaban” la vida nocturna de Xalapa. Una tocada era la consigna. Solo una. Detrás del escenario se reunieron con una expresión de clara inexperiencia, una sensación de vacío. En silencio se abrazaron en un “Team Back” improvisado y con esa misma ausencia de palabras se separaron caminando hacía el primer examen de su destino..

La sensación al ver un local abarrotado hasta la lámparas con su nombre en el exterior fue inexplicable.  El tiempo comenzó. El Hit-Hat de la batería  dio el punto de partida a la primera canción que tocaron “profesionalmente”, “En algun lugar” de Duncan Dhu se convirtió en el estandarte de un  grupo, que sonreía mientras los segundos avanzaban, y su éxito de solo una noche se concretaba.

Ismael, el vocalista, llego de una forma inusual al grupo, acompañante de alguien, sin ningún tipo de intereses más que el pasar una buena tarde, tomo el micrófono engalanando por fin el tan ansiado puesto, completando así una sexteta ideal, un verdadero grupo, la primera Zona Urbana.

Es difícil entender que parte del destino los llevo a estar juntos. Como todo grupo, las ideas y vaivenes de humor fueron las prerrogativas que se combinaban con un poco de sensación de no ir a ningún lado, solo ensayar, por el simple hecho de pasar una tarde sábado, para estar preparados para lo que viniera.

“La Gruta del Monje” fue el lugar destinado para probar de que estaban hechos. La primera noche fue caótica. Entre amigos, familiares y demás personas que querían entrar, el lugar se encontraba a mayor capacidad de la que podía albergar, y en una noche redonda, Zona Urbana comenzó, cual leyenda urbana, a salir de entre las sombras de la neblina coatepecana.

En los primeros fines de semana, los rostros eran repetitivos, conocidos, pero al paso de la cronología, los rostros se convertían en repetitivamente nuevos, extraños, todos sonriendo al paso de las notas, al bit del ritmo de Zona Urbana. Los éxitos comenzaron a cosecharse, y la satisfacciones se multiplicaron en el inicio de una era dorada para el grupo, una buena era.

Sin embargo, todo lo que empieza tiene que acabar inevitablemente. Lo sueños de ser un grupo referente, un hit del momento, un standarte de la nueva música contravenía en muchos sentidos con las proyecciones profesionales de todos sus integrantes. El primero en irse del grupo fue el baterista Edel, ingresando en una nueva etapa Manolo. El nuevo ritmo le sentó bien al grupo, que son su ritmo renovado y vitalidad hizo vibrar Zona Urbana mas allá de las barreras de la region.

Siguiendo con ese aire tétrico de los lugares donde su música se escuchaba, “La Gruta del Monje” cambio de destino y ahora pasaron a Xalapa donde el lugar de destinoo se convirtió en “La Llorona”,  pequeño lugar que fue la catapulta de los sueños, la punta de lanza de cada una de las satisfacciones subsecuentes.  Veracruz, Cosamalopan, Xalapa, los lugares se multiplicaron y obviamente su creciente popularidad ya abarrotaba lugares sin necesidad de mayor publicidad que su nombre en la marquesina. Rafael y Luis dejaron los sueños que comenzaron en esa cochera, en la estafeta de una nueva generación de Zonas que con el tiempo materializaron muchas de las aspiraciones de los fundadores del grupo.

La felicidad era completa. Lo que comenzó de forma amateur en una cochera, se convirtió en un proyecto a largo plazo que se desbordó, que llego a su cúspide, y como tal, como parte del principio del éxito, tenía que terminar.

Una de las principales características de la narrativa implica en ciertas ocasiones un grado de tragedia que forje a los personajes en un estado mas allá de sus características. Así, Zona Urbana vivió esa tragedia que colocó el punto final a una hermosa historia, cegada por la violencia, estúpidamente detenida por la barbarie. Zona Urbana terminó. Su legado quedo escrito con letras de oro en muchos de los corazones de la gente que hasta el último momento estuvo con el grupo. Lo que comenzó en una pequeña cochera como un sueño, se convirtió en una realidad convertida en leyenda.

Gracias por compartir su talento, gracias por ser una familia, gracias por dejarnos ingresar a esta, ZONA URBANA.

Fue muy difícil contar esta historia desde afuera. El recordar todos esos momentos fue para mi una especie de catarsis controlado. Aún recuerdo ese primer momento, ese primer aplauso, esa primera sonrisa, Zona Urbana, para muchos, fue solamente una palabra más en el enorme crisol de nombres que han pasado por la vida nocturna de nuestra ciudad, pero se que para muchos de los que probablemente lo leerán es como sentarse a contar las historias de una familia. A 14 años de la creación de un concepto podemos afirmar que nuestro grupo viajo más allá de las barreras de una conciencia.

Rafa, Luis, Oscar (+), Ismael, Emilio, Manolo, Derek, hoy, puedo decir que la mejor experiencia de mi vida la he vivido a su lado, no somos un grupo más de rock, somos una familia. En cada ocasión que nos reunimos, en cada momento que estamos juntos, y que nuestros talentos vuelven a unirse una energía especial se respira en el ambiente, una energía que alimenta, que nos hace vivir.

Terminar de escribir estas líneas sin llorar fue imposible para mi, solamente puedo darles las gracias, por ese enorme sentimiento que me hacen vivir a cada momento.

Los amo.

Hasta la próxima

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La frase de la semana

«La ambición jamás se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza.»

Napoleón I (1769-1821)
Emperador francés.

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