Publicado originalmente en Psicilogía y mente

Sapiosexual: ¿qué es lo que hace que nos fijemos en una persona y no en otra?

Hace varias décadas que los científicos comenzaron a buscar las respuestas al enamoramiento y a la atracción, algo que afecta a la vida de todos nosotros. En nuestro artículo la química del amor: una droga muy potente revisamos lo que se conoce hasta el momento de este fenómeno, haciendo un repaso a los factores biológicos y hormonales que actúan en nuestro cerebro. Después de conocer la importancia de los neuroquímicos como la dopamina, la noradrenalina o la serotonina, uno se pregunta: “¿qué es lo que hace que nos fijemos en una persona y no en otra?”. La respuesta a esta cuestión es difícil. Como explica la antropóloga Helen Fisher, “nadie sabe la respuesta con exactitud. Sabemos que interviene un componente cultural muy importante. El momento también es crucial: hay que estar dispuesto a enamorarse. La gente tiende a enamorarse de alguien que tiene alrededor, próxima; nos enamoramos de personas que resultan misteriosas, que no se conocen bien”. Nos atraen, pues, las personas complejas, con un repertorio muy variable de conductas. En definitiva, uno de los criterios que buscamos en una potencial pareja es que pueda adaptarse a muchos contextos: esto es, que sean inteligentes. Es aquí donde entran en juego los conceptos de sapiosexualidad y de persona sapiosexual.

Por lo tanto, podemos decir que son muchas las causas que definen nuestros gustos a la hora de sentirnos atraídos por alguien. El elemento cultural, el modelo educativo o nuestras propias experiencias, entre otros factores, van a crear nuestro mapa mental que será determinante para desencadenar la cascada química de la atracción o el enamoramiento. Por ejemplo, habrá individuos que se fijarán en el atractivo físico, el dinero, o en la diversión que pueda proporcionarle la otra persona. Pero lejos de un cuerpo perfecto, una posición económica envidiable, o una vida social muy deseable, hay gente que se siente atraída por el “coco”, es decir, la inteligencia. Quien siente atracción por esa cualidad en el sexo opuesto, es un “sapiosexual”.

Los que admiten sentirse atraídos por “el interior”, y más concretamente, por la capacidad intelectual, suelen iniciar sus preliminares con conversaciones interesantes (sobre política, filosofía, etc.) y se excitan debido al “insight” de otra persona. El sapiosexual se siente estimulado o desafiado por la manera de pensar del otro. Básicamente, encuentra el intelecto de su pareja sexual como su rasgo más atrayente.

Más mujeres que hombres

Aunque el término sapiosexual se aplica tanto a hombres como a mujeres, parece ser que predomina más en el sexo femenino. Según la sexóloga Miren Larrazábal, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS), “aparentemente nosotras, cuando nos preguntan cuáles son los valores que buscamos en la atracción, aparte del físico, valoramos mucho la inteligencia. Esto no quiere decir que los hombres la valoren menos, pero responden antes con otras variables que para ellos son prioritarias”. Además, Larrazábal piensa que el hecho de decantarse por un hombre inteligente no es debido a una buena conversación, sino que “una mujer presupone que un hombre inteligente va a tener más recursos económicos, o puede tener mejor carrera profesional”. Sin embargo, los sapiosexuales son un grupo escasísimamente estudiado y muy poco conocido en general, menos incluso que los asexuales.

Sapiosexuales, tecnosexuales, metrosexuales…

Por otro lado, también podemos hablar del sapiosexual como aquella persona que se considera que su atractivo está en su inteligencia, así como también hablamos de los tecnosexuales o metrosexuales, quienes muestran su atractivo a través de los gadgets tecnológicos o el cuidado exagerado del cuerpo, respectivamente. En definitiva, la sapiosexualidad es una pieza más del repertorio de criterios que utilizamos a la hora de elegir con quién nos gustaría estar. A fin de cuentas, si hemos de pasar tiempo con una persona, más vale que esta nos ofrezca, por lo menos, una buena conversación.

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«La ambición jamás se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza.»

Napoleón I (1769-1821)
Emperador francés.

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