Juegos de niños, juegos mortales
Por Edel López Olán.
¿Qué jugaba usted de niño?…
Aun recuerdo todas las tardes de sábado. Xalapa era un sinónimo de nublados constantes y ruegos de todos por salir a jugar. Yo vivía en un edificio. Ahí los cómplices perfectos eran mis primos, mis primos “putativos” y uno que otro agregado cultural que siempre era bienvenido sin recelo. El edificio era grande, y por su estructura y acabados tenía una pendiente perfecta para domarla de cualquier forma posible; todo lo que pudiera descender por ahí era perfecto para sudar. Eso era lo importante, solo conseguir una sonrisa, un grito, un raspón, siempre en ese halo de camaradería que daba esa amistad sin enojo, sin problemas; donde nuestros padres podían confiar y solamente saber de nosotros cuando a las 6 de la tarde todos éramos llamados a casa, para ver la tele, cenar y descansar de un mundo infantil que solamente esperaba otro día.
Pero… Nuestra vida ha cambiado. Nuestro mundo ha cambiado. Nuestra niñez ha cambiado.
Todos las semanas, en México tenemos una noticia que mueve todo nuestro entorno, socava toda nuestra psiquis y llena de terror nuestro corazón. Tratamos la mayoría de ser positivos ante una realidad que lentamente nos carcome. Intentamos salir a flote con todos nuestros seres queridos dispersos en unas calles de terror, donde, hasta el más pequeño de los detalles alerta nuestro sentido de supervivencia, vivimos pensando y proyectando en esos casos degradantes una realidad difícil de creer.
Cristopher Raymundo Marqués, era apenas un pequeño de seis años que soñaba (espero) con ser un superhéroe; o tal vez otro tipo de superhéroe, como médico o bombero, o simplemente soñaba con el día a día, que en un país tan extraño ya es una ganancia tener ganas de soñar. Su vida infantil llego a un lugar oscuro, un lugar donde solamente la persona que ejecuta dicha acción encuentra explicación a lo que hace.
De niños nosotros podíamos jugar de todo; una simple pelota se convertía en el pretexto perfecto para correr y cualquier idea era buena para crear. Pero desafortunadamente la niñez en nuestro país ha cambiado de prioridades.
La violencia recalcitrante de nuestro país ha llegado a limites donde, desafortunadamente, nosotros como padres de familia nos vemos en ocasiones rebasados. El “Jugar al secuestro” se convirtió en el juego que inventaron una tarde cinco personas fuera de la realidad. El amarrar a alguien, meter una rama con espinas por su tráquea hasta ahogarlo; sacarle los ojos; cortar sus pómulos; para finalmente dejarlo muerto en una zanja como si fuera solamente un animal, nos habla de una mente trastornada, de algo maligno que vio en un pequeño de seis años la mejor forma de emerger.
Pero nosotros, sociedad y gobierno somos responsables de que cosas de estas sucedan todos los días, a cada momento, fuera de esta realidad.
Como sociedad, como padres, tenemos que ser consciente que gran parte de la culpa recae sobre nuestros hombros. La presencia de nuestros ojos en todos los movimientos de nuestros hijos debe estar ahí, se debe corregir al mínimo de los detalles de algo que probablemente, el día de mañana, se convierta en un acto de violencia o delincuencia. Corrijan a sus hijos cuando golpeen a alguien sin motivo, cuando maltraten hasta el más pequeño animal, no vean las groserías como gracia. No vean la violencia como una forma de demostrar superioridad. Hagamos a nuestros hijos responsables de sus actos más allá de las consecuencias y sobre todo, seamos conscientes que si lentamente enseñamos a un pequeño a delinquir, hasta en el más ínfimo de los detalles, lo enseñaremos a pensar que la impunidad y la indiferencia van de la mano, en un comportamiento robotico, sin sentimientos, sin humanidad. Como padres, debemos estar atentos a quien y con quienes están nuestros hijos. Conocer a sus amistades, platicar con sus amigos, ser parte de su vida más allá de simples intereses morbosos; ser simplemente los buscadores de esa piedra angular donde se levanta lo que hoy, parece ser algo tan escaso: La moral.
Como gobierno, la tarea es solamente una: Cumplir. Desde el más pequeño de los reclamos hasta el más grande de los juicios debe ser atendido con la prontitud que nosotros como sociedad merecemos. Muchas personas se quejaron de los actos de estos “jóvenes”, muchas personas los veían como una amenaza demostrando de forma terrible que las sospechas de la sociedad eran ciertas. El no juzgar a “niños” es lo equiparable a dejar libres a delincuentes en potencia; estos “niños” son simplemente el producto de diferentes realidades que deben estar bajo el ojo de las autoridades y siendo ya detectados como este caso, ser juzgados y observados de una forma más cercana. Personas con ese grado de maldad facilmente serán el día de mañana sicarios del crimen organizado, un jefe de plaza o simplemente una carne de cañón como lo son todos esos pequeños sin timón que lentamente terminan con su niñez en manos del peor postor.
Cristopher murió de una forma cruel, brutal, sin ningún tipo de compasión y recato. Sus victimarios se limitan únicamente a decir: “Se nos paso la mano; era un simple juego”, en unas palabras que deben calar hondo en la mente y el rencor que hoy crece en sus familiares.
El pequeño murió ilusionado de que sus compañeros de juego lo ayudarían a pasar un rato agradable, a olvidar su realidad, a sonreír como todos los hicimos al jugar siendo niños.
27 puñaladas fueron necesarias para callar una vida con tanto futuro como cualquier otro.
27 puñaladas fueron necesarias para eliminar una sonrisa más de este país.
27 puñaladas son el punto final a una pregunta que todos nos hacemos.
Mucho proclamamos en ocasiones por lo que no tienen voz, cuando al parecer, ya somos todos los que estamos mudos ante tanta violencia.
¿A dónde quedaron los juegos de los niños?
Hoy… puedo asegurarle con mucha tristeza que dejo de escribir tratando de responder la misma puta y triste pregunta.
Hasta la próxima.


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