Por Edel López Olán
Cada año, nuestra razón es asaltada por ese ejercicio tedioso de si debemos o no celebrar nuestra nación. Si. Probablemente usted sea uno de los millones de mexicanos que siguen orgullosos las fiestas patrias, que año con año, pierden ese esplendor y magia que desde niños observamos en nuestro andar. Es interesante como lentamente en México perdemos nuestra identidad nacional en muchos sentidos, lentamente perdemos nuestra nacionalidad sin que lleguen las grandes amenazas potenciales y económicas a dictarnos, un poco más, los cánones de un país.
Vivimos en un mundo donde el mantenernos identificados con algo es esencial. Las creencias se han convertido en el nuevo estandarte de una era donde la informalidad y el avance cotidiano sucumben al ataque de los clics incesantes que mantienen nuestra vida en un hilo de descontrol, y así, en esta interminable y latente masa de ideas huecas y revoluciones sin sentido, México, comienza a privarse de todos esos seres que antes eran llamados a bien ser mexicanos.
Nuestro país es hermoso. Desde las inquebrantables rocas de Cabo San Lucas hasta la frialdad y belleza de los Cenotes de Cuzama observamos como nuestro país se encuentra plagado de una riqueza incomparable, misma que cautivo a los españoles a su llegada y que hoy, gracias a ese color y encantadora cultura, tiene un pasado excepcional.
Pero el pasado de nuestro país nos lleva a un momento extrañamente relativo con la actualidad, en un ejercicio interesante de realidades paralelas. Los miembros sojuzgados de su sociedad viven su vida bajo el yugo dominante de una raza que no entienden, pero que veneran como algo increíblemente hipnotizante. Nuestra realidad, comparada con ese momento histórico es apabullante. De la oscuridad de la ignorancia, un hombre, sorprendido por la majestuosidad del suelo que pisaba decidió a grito partido, comenzar una guerra que hoy nos entrega un país pleno de una paz que lentamente los mismos mexicanos, nos hemos dedicado en volver a encerrar.
Hoy celebramos un año más de nuestra independencia. Un año más donde gritamos a los cuatro vientos vivas vacíos sin sentimiento y corazón. Me remonto a aquel 15 de septiembre. Don Miguel Hidalgo toma su estandarte y orgulloso toca la campana de la libertad de un pueblo que grita con el corazón y haciendo brillar sus ojo por su libertad anhelada. Hoy, nuestro grito es triste, sufrido, maniatado. Nuestra libertad lentamente se ve calcinada por el fuego incesante de nuestra incertidumbre. Vemos allá en lo alto, no a un libertador, sino a un opresor de ideas y sueños, lejos de un libertador, lejos de aquella estructura ideal llamada país, vemos a una persona que grita, sí, pero que se encuentra muy lejos de ese personaje que decidió luchar por una nación.
Pero México es más que políticos gandallas y personas arribistas que menosprecian su país.
México se vive en la risa de cada niño; de cada uno de esos pilares donde nosotros debemos sembrar de nuevo esa semilla de patriotismo y conciencia que hemos perdido.
México se vive en cada una de sus playas, de su gente, su comida, porque donde nosotros observamos un simple platillo, el mundo observa un crisol de sabores, de misticismo, de sazón.
México se vive en cada uno de esos corazones aun preocupados por su país, en cada una de esas personas que hace todos los días algo por esta enorme nación.
México se encuentra en los 43 y en los millones de mexicanos que claman justicia sin miedo a la razón
México reside en cada corazón dispuesto a amar a su país trabajando de forma honrada sin perder el rumbo de su moral.
¡Eso es México!
Un cúmulo de personas que aún tenemos fe y esperanza de que más allá de la frialdad de la realidad, podremos tener, algún día ese México que todos queremos.
¿Debemos celebrar a México?
No lo sé. Solo lo invito a observar dentro de su corazón y responder dos simples pregunta:
¿Este es el México que queremos?
¿Vale la pena luchar por él?
Y desde ahí, desde esa simple y llana respuesta comenzará su
¡Viva México!
“Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces amo el color del jade, y el enervante perfume de las flores; Pero amo más a mi hermano el hombre.”
Hasta la próxima



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