
París y la victoria de la intolerancia.
Por Edel López Olán
Vivimos en un país complicado. Hace algunos años la vida en nuestras calles era más sencilla. La tranquilidad de una tarde en el parque; la brisa de una noche en el Malecón o simplemente el caminar sin voltear sobre el hombro se han convertido en leyendas que hasta el más joven de los ciudadanos puede contar. Pero más allá de toda violencia, nuestro país veía en los ataques terroristas una realidad lejana que solamente sucedía en las noticias dejando nuestra mente “a salvo” y nuestra integridad plena; sin compromisos morales.
Pero la realidad es complicada y desgarradora haciendo que lentamente la sombra de la violencia nos alcance sin misericordia.
Eran las siete de la noche. Morelia, Michoacán. Una granada de fragmentación detona en medio de la multitud en un evento donde presuntamente el Gobernador del Estado era el blanco. El saldo: 3 muertos
Eran las doce del día. Boca del Río, Veracruz. Una granada de fragmentación cae cerca del Acuario de Veracruz, un lugar concurrido por la hora. Sin un móvil aparente. El saldo: Cuatro miembros de una familia muertos.
Hasta ese momento los mexicanos entendimos que un ataque terrorista tiene como objetivo fundamental permear en la psiquis de los atacados y hacerlos vulnerables ante la violencia a la que son sometidos, una violencia que carcome y hiere en lo más profundo del alma.
Años después, nuestro país despertaba con un cráneo ensangrentado a ocho columnas en los diarios de todo el mundo. Una escena dantesca. 43 almas en el limbo. Ayotzinapa fue el lugar donde ahora la violencia de estado ataco sin misericordia en una tarde-noche pictográficamente digna de olvidar; pero que cala tanto como los miles de muertos del país.
Los 43 dieron la vuelta al mundo como estandarte de este terrorismo crónico en el que vivimos los mexicanos. Su ataque no son bombas en plazas y restaurantes; son bombas psicológicas abonadas con la creciente impunidad que impera en el país y la nula participación del gobierno ante la barbarie, ante el terror, ante la intolerancia.
El terrorismo nos alcanzó. La vida como la conocíamos desapareció. Pasamos junto con varios países más a vivir una cruenta batalla entre nuestra cordura y el sin sentido de la violencia.
Pero lejos de ideales nacionalistas, lejos de la “realidad” simulada, allá en el viejo continente, el paraíso de muchas personas, las cosas, no están lejos de nuestra realidad.
El viernes 13 pasado París fue atacado por una célula terrorista. El saldo: 156 muertos y decenas más heridos de gravedad. Varios puntos de la ciudad fueron atacados de forma simultanea entre ráfagas de metralleta y explosiones suicidas en una masacre que culmino horas después con un país destrozado y un sin número de dudas en el aire. Transcurrían las horas y nadie sabía nada. Los cuerpos seguían apilándose y cien personas eran rehenes de estos seres sin conciencia llamados humanos en el Teatro Bataclan. Los terroristas al parecer (según medios locales y testigo presenciales) torturaban hasta la muerte a cada uno de los presentes en el teatro, no obstante el sufrimiento y la desesperación estas personas pasaron las últimas horas de su vida soportando los gritos, el dolor y la impotencia de sentirse presos del terror y la barbarie “con sentido”
El ocupar la religión como una moneda de ideales siempre será un ejercicio riesgoso. El mundo ha visto como los musulmanes han sido resquebrajados en lo más profundo de su ser por un pequeño grupo de “fieles” que aún no comprenden que arrasan con muchas naciones y personas por una cruzada de firmes creencias pero actos vacíos.
Francia vivió en carne propia uno de los atentados terroristas más cruentos del año; un año que cierra con una ola de violencia de proporciones sobrehumanas.
Pero el presidente Francés, cegado por una ira hasta cierto punto comprensible y a pesar de tener la razón en su mano derecha, su mano izquierda obra con mayor prejuicio que verdad. El bombardeo predecible a bastiones de ISIS en Siria, sigue cobrando vidas inocentes que están igual, o más confundidos que la Ciudad Luz.
El hombre es el reducto de cualquier tipo de terrorismo; todos con causa, muchos sin argumentos. Pero en pro de un mundo sin violencia Hollande ocupa lo único que tiene a la mano para “detener” los ataques contra su país: La aniquilación de raíz, que hasta este punto parece un asunto de prima importancia más allá de perseguir la justicia.
Sin lugar a dudas los ataques realizados en Francia son el principio de una larga guerra (de nuevo) contra el terrorismo mundial. Estados Unidos la comenzó y arrasó en su manto de falsa justicia con Afganistán; ahora le toca a Francia de la mano de Rusia hacer lo mismo con Siria en una zona tan rica de conflictos como de petróleo, qué es, a lo lejos, el punto medular de toda esta historia.
Pero recordemos algo importante. Al final, después de balas, bombas inteligentes y aviones de última generación existe un sin número de almas que penan por una guerra que aún no entienden. Las bajas civiles en esta cruza de ideales e intolerancia cobra víctimas cada día, en un mundo donde los valores y la fe (al Dios que quiera) disminuyen de forma exponencial, dejando en carne viva la crueldad y el deseo de venganza. Lo sucedido en Francia conmueve el mundo, no solo por lo qué signifiqué el país, sino porque vidas humanas son reclamadas de forma voraz. La inocencia de un joven que decidió ese viernes trece salir a las calles a divertirse; la entereza de uno de esos cuarenta y tres jóvenes que velan por un mejor país; y la alegría de ver a un grupo de rock junto con todos los que amas, se apagó por el odio de alguien más, por la intolerancia de los actos.
Es momento rogar por la paz mundial. Si usted piensa que con colocar una bandera en la foto de perfil de cualquier red social de su preferencia hace la diferencia…. ¡Adelante!… ¡Hágalo!
Si usted piensa que salvará el alma de estas víctimas con cerrar los ojos y rezar al Dios de su preferencia… ¡adelante!… ¡Hágalo!
Lo importante es que nuestro mundo por fin conozca un poco de humildad y dejemos de lado diferencias tan tontas como el terrorismo en sí. Desafortunadamente la intolerancia imperante en las redes sociales nos da un pequeño pincelazo del problema per se: Nosotros. Como seres humanos es más importante refutar, indagar y denostar la poca o mucha sensibilidad que tenemos a los hechos que pasan a nuestro alrededor o a kilómetros de distancia. Debemos ser conscientes que si en situaciones tan estériles como fotos de perfil no nos ponemos de acuerdo, jamás podremos hacerlo ante el terror mismo.
Lo sucedido en Francia es un round más ganado. Un round que venimos perdiendo lentamente. Un round que al parecer nos tiene noqueados. Los actos terroristas en la Ciudad Luz, ya sea por detonar una bomba o apuntar a quien le preocupan o no, es ya, una victoria a la intolerancia.
Hasta la próxima

Deja un comentario