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La nota del día:

Cuando la libertad de expresión conoce a Juanga.

Por Edel López Olán.

México es un país de contrastes interesantes. Buscamos de forma tajante salir de un oscurantismo mediático roto por el uso las redes sociales. Pero, desafortunadamente, en esas plataformas muchas cosas se presumen de ciertas cuando en ocasiones ni la tercera parte lo son; ahí, en ese momento histórico donde la libertad de expresión presume de tener un estandarte de verdad, nosotros, como sociedad, le damos al traste de muchas y coloridas formas.

Bien lo dijo en alguna ocasión Carlos Monsiváis: “Ya no le diga cinismo. Dígale sinceridad”, y en ese principio llano de expresión, ahora, donde todo un mundo de ideas está a un clic de distancia, los mexicanos estamos a cada momento más lejos de ellas.

La muerte de Juan Gabriel hace una semana conmociono a un país que dependía de sus letras para amenizar las fiestas. Divo. Privilegiado. Eminente. Juan Gabriel se convirtió en ícono de generaciones con sus canciones y su fantástica forma de llevar su show. Pero también, fieles a nuestro aire destructivo, era un ícono de muchas situaciones jocosas que desde pequeños hemos escuchado.

Sí. Juan Gabriel era ese personaje que me atrevo a decir, desde Cantinflas, no había unido a un país en un sentimiento de desazón.

Pero como siempre, existen personas que se suben al “Tren del mame” de la peor forma posible.

Nicolás Alvarado, ex director de TV UNAM, se expresó de una forma soez y sin sentido en un momento emocionalmente caótico para el país. Él, consciente de ello, afirmó que Juanga tenía un valor icónico equiparable al de la Virgen de Guadalupe, cavando su tumba desde ese personaje «Snob» que lo llevó a observar con desdén el sentimiento del país, alegando con palabras rimbombantes algo que probablemente no tenía razón de ser en ese momento.

Pero en este huracán de sentimientos no debemos perder de vista un concepto fundamental:

Un columnista es un periodista que escribe en un medio de comunicación escrito como diarios o revistas convencionales o digitales a través de Internet. En la columna, expresa su opinión o punto de vista sobre una noticia de actualidad. El columnista se basa en su experiencia y conocimientos de un ámbito determinado para analizarlo y desarrollar un comentario subjetivo respecto al mismo. Generalmente, se especializan en una materia determinada expresando así su opinión sobre asuntos políticos, internacionales, deportivos, culturales o sociales en función de sus conocimientos.

Por lo tanto, Nicolás Alvarado también se encontraba en este momento en todo el derecho de emitir una opinión, no como funcionario, sino como parte de su raíz periodística.

Mordaz, sí. Inadecuado, también. Prosaico, probablemente. Pero en un país donde a diario mueren periodistas por ejercer su derecho a decir la verdad, entramos en un punto de conflicto ideológico interesante, donde, desafortunadamente, el objetivo de la crítica no era un gobernador corrupto, un sistema desquebrajado o un presidente estúpido, era el ídolo del pueblo.

Es aquí donde nuestro país entra en esa disyuntiva que desvaría de formas abstractas, con tintes moralinos y de raíces ideológicas confusas.

Vivimos en un país que pide libertad de expresión y la reprimimos cuando, desde nuestra razón, creemos que no debe decirse por el momento que se está pasando, por el grupo al que se ataca o por ser un funcionario público. Lo hecho por Alvarado ni siquiera era relevante, es más, al parecer fue la gota de derramo el vaso en una gestión deficiente al frente de TV UNAM, pero, en este momento, él también es víctima del sistema represor que tanto atacamos y que hoy aplaudimos al destuirlo por llamar jota y naca a alguien, que todos, en este país, alguna vez lo hemos hecho.

Sí. México es un país que busca libertad de expresión, pero lamentablemente, esa famosa libertad se topó con Juan Gabriel, un ídolo que nos hace olvidar en ese tintero de ideas absurdas que en México todos, absolutamente todos, tenemos el derecho a expresar lo que deseamos.

Todos somos parte de la represión a la libertad de expresión, únicamente, cambiamos de bando cuando más nos conviene.

Hasta la próxima.

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La frase de la semana

«La ambición jamás se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza.»

Napoleón I (1769-1821)
Emperador francés.

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