
La intolerancia y el arcoíris.
Por Edel López Olán
No imagino vivir en un mundo donde tenga que explicarles a mis hijos que no pueden ser lo que ellos quieran. No imagino vivir en un mundo donde mis nietos padezcan la desazón de ideas vacías sin fundamento. No imaginaba el mundo que estoy pisando.
Hablar de muchos temas en este país es complicado. La cerrazón ante nuevas ideas nos mantiene al margen de un diálogo convincente. La vida en si se vuelve más complicada al esperar que la persona frente a nosotros escuche más allá del velo de prejuicios y odio que exista ante el tema. Sí, vivimos en un país complicado. Un país de intolerancia y desunións sobre todos los temas; los fundamentales y los no tanto, somos, un país sin rumbo.
Pero cuando hablamos de tolerancia donde las ideas de grupo son más fuertes que las individuales, corremos el riesgo de ser enjuiciados por algo tan sencillo como expresar nuestra opinión.
Los homosexuales en todo el mundo se han levantado a una voz exigiendo, en el orden estricto de ideas legales, lo que todos queremos: Un mundo más justo. Sin embargo, en esa forma paternalista de tomar en nuestro seno una lucha, hemos vuelto a los homosexuales el centro de muchas controversias injustas y fuera de tono, donde, des afortunadamente, se percibe un futuro sombrío si ellos ganan “la batalla” y un mundo de paz si los que atacan hacen lo propio; cuando en esta lucha de estúpidas pretensiones todos salimos perdiendo.
Pero en un país machista donde el concepto de familia es ambiguo, pretendemos esterilizar la idea de que una familia “normal” es la base de todo.
Vivimos en un país de madres solteras, padres solteros, viudas, divorciados, abuelos que se encargan de los nietos, hermanos que se hacen cargo de sus hermanos, gentes solas con gatos o perros, gentes que adoptan, gentes que viven en unión libre y ¡oh sorpresa!, homosexuales que pretenden vivir en pareja. La simple idea es fatal cuando desde la ambigüedad que todos conocemos rechazamos que los antes citados son, en el estricto orden de ideas, Familias.
El vender un cambio en la estructura social como una idea apocalíptica es una irresponsabilidad. El Frente Nacional por la Familia invitó a una marcha contra la propuesta de ley del presidente. Una propuesta que al parecer, a los ojos de muchas personas del Frente, nos llevará a una Sodoma y Gomorra a la mexicana muy interesante, cuando, estoy seguro, que el 99% de las personas de esa marcha ni siquiera han leído la propuesta. Culpan a los homosexuales de que al casarse y adoptar pueden provocar un desorden social sin precedentes; citando a Dios como la parte fundamental de las ideas “normales”; cuando seamos honestos, el que haya leído la biblia a consciencia sabrá perfectamente que un versículo es una contradicción a la idea anterior. Dios no tiene voz ni voto cuando las ideas de los hombres se convierten en un estandarte de intolerancia y odio. Los homosexuales viven en una realidad social que más allá de ser relegada, debe apoyarse para vivir una vida plena en el sentido social incluyente que tiene el estado laico del gobierno mexicano, donde, la iglesia como tal, puede ejercer su parte fundamental en la lucha de ideas, pero no siendo juez y parte en un problema que no es el más importante del país, donde si lo son, las violaciones por parte de los sacerdotes, las madres golpeadas por el jefe familia, los millones de niños en situación de calle por desunión familiar, la muerte de decenas de mujeres a manos del alcohol y las drogas, y miles de etcéteras que no se derivan de los homosexuales, sino de la sociedad y la pérdida de valores.
Pero también, nos volvemos intolerantes a las ideas de los que están a favor de una familia. Se ataca una idea porque amenaza, ocupando exactamente el mismo esquema de ataque: El atacar en conjunto cuando debemos respetar sus ideales por muy descabellados que parezcan los argumentos.
Insisto, las familias no son la base del país. Los homosexuales tampoco son la gloria de un pueblo. Nosotros, todos, homosexuales y heterosexuales, somos la base de un país que se resquebraja en peleas estúpidas que solamente nos llevaran a crisis de odio en nuestras calles como ocurría en Missisipi a mediados de los años 60.
Todos somos los culpables de este desorden social. Somos una sociedad que nos importa poco si el de junto es homosexual o se quiere casar, pero si a Petrita o Juanita les molesta, entonces, lo convertimos en nuestra causa, erigiendo de nuevo esa visión oscura que tenemos de progreso; y ¡ojo!, no por apoyar a los homosexuales (que, dicho sea de paso, tampoco son la salvación del país) sino porqué tenemos nublada la razón por el calor de la turba.
No podemos unirnos en un frente común para pedir a una sola voz los cambios necesarios en un país; pero sí podemos unirnos para fastidiar a los cientos de homosexuales responsables que desean formar una familia más allá de las lentejuelas y actos libertinos que tenemos como imagen.
Somos un país que se debate por el matrimonio gay cuando algunos padres de familia asisten a antros homosexuales para ver qué pasa.
El problema no es la familia. El problema no son los homosexuales. El problema no son las personas que quieren una familia normal. El problema no es que los homosexuales quieran adoptar. El problema es que lamentablemente aun no podemos llegar a un punto de acuerdo en nada. Somos una sociedad retrógrada para los dos lados. Somos intolerantes… ¡Somos simplemente México!
Hasta la próxima.

Deja un comentario