
Entre la inocencia y el desdén.
Por Edel López Olán.
“Toda la propaganda de guerra, todos los gritos y mentiras y odio, provienen invariablemente de gente que no está peleando.”
George Orwell
Vivir en un mundo cruel tiene sus ventajas. La vida lentamente se convierte en una interesante nota de violencia mientras el cerebro se adapta a un color rojo carmesí que brilla en cualquier plática. La ventaja proviene de la forma en como nos volvemos indiferentes a cualquier dolor y eso, en un mundo de supervivencia obligada es ya una ventaja per se.
La semana pasada, en una nota más de violencia y muerte que existe en nuestro país, un joven decidió que era el momento de estampar con sangre su nombre en la historia. Al puro estilo americano, el joven tomó un arma y detonó en varias ocasiones contra sus compañeros y maestra en un salón de clases confundido, terminando con su vida en un acto de estéril cobardía. La nota detuvo los corazones de todos los que la leímos y transportando esos hechos a la realidad cotidiana de nuestros pequeños en las aulas. Un joven atolondrado por muchas ideas puede ser un arma mortal. Un joven atolondrado por la indiferencia, es una bomba de tiempo.
Rápidos en juzgar y prontos en actuar de una forma “desinteresada”, las redes sociales comenzaron a reventarse de opiniones, imágenes y videos de un hecho que convulsionaba a la sociedad, a los medios y al mundo entero. Sí. Las redes sociales nos han dotado de un aire “periodístico” interesante. La forma en que reproducimos las imágenes se convierte en una debacle morbosa y decadente de nuestra sociedad, que lentamente, sin lugar a dudas, encuentra en el desdén la mejor forma de subsistir a un mundo cada día más advenedizo.
Pero, ¿Si fueran nuestros familiares? ¿Qué pensaríamos?
El primer joven recibe el disparo de frente después de una sonrisa tímida hacía una maestra que al parecer recogía algo de sus mesas. El joven cae fulminado ante una maestra que no alcanza a moverse y es golpeada de una forma cruel por el joven que sigue detonando a diestra y siniestra hasta el terrible final. ¿Qué pasaba su mente? ¿Qué lo orillo a realizar semejante acto? ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué ese lugar?
De inmediato, una “página” de Facebook sale a la luz como el flamante emisario de tan atroz crimen, en una forma de “victoria” para no ser “ban” (termino que ocupan para determinar la eliminación de la página) al no ser capaces de realizar tal acción. “Legión Holk” es la página donde estos internautas, al parecer, establecieron como parte del móvil que orillo a Fed (como ellos lo mencionan en las redes) a realizar la masacre, entregándole, post mortem, una estrella escatológica que pocos entendemos.
¿Realmente este joven necesitaba tal grado de atención? ¿Cómo afectan las redes sociales el comportamiento de nuestros jóvenes?
Roberts, Frank J. en su artículo “Fantasías asesinas en colegios” dice:
“este tipo de criminales tienden a tener como modelo a otros sujetos que anteriormente habían cometido el mismo acto. No dudan en expresar admiración hacia ellos, admitiendo que quieren imitarlos o incluso superarlos en número de víctimas. Además, quieren que su fechoría se divulgue lo máximo posible, y ser recordados por ello. No se cortan a la hora de anunciar su mensaje en por internet (explicando sus motivos referidos a las vejaciones sufridas y la necesidad de restaurar el daño) en forma de vídeos, o comunicándolo a compañeros o prensa.”
La comunidad de esta página (deben existir muchas más) se sintieron la mayoría congratulados por el hecho de que el Fed hubiera realizado tal acto, viralizando el hashtag #MasMasacresenMéxico, en un humor negro complicado que probablemente aún no dimensionamos entre nuestros jóvenes y que evidentemente están fuera de proporción con los tiempos que están viviendo, en una debacle social que nos orilla a cuestionarnos aún más si somos corresponsables de los actos de nuestro entorno.
Pero como buenos mexicanos, lo hemos olvidado todo. Desafortunadamente el hecho se presentó así, como un acto violento más de un país que se sigue resquebrajando en sus valores y compromisos sociales. Somos una sociedad lábil en nuestras ideas y que confesamos una indignación que cesa ante la primera llamada de la poca consciencia que nos queda. Nos volvemos un reducto únicamente de malas noticias sin ningún tipo de acción, en un país donde esa palabra se convierte en una más del diccionario, qué lentamente nos marca, qué lentamente nos detiene.
Pero aún existe esperanza.
Toma a tu hijo de la mano. Habla con él, en ocasiones, una simple palabra puede calmar muchas inquietudes, conceptos, ideas. Sí bien en ocasiones los problemas psicológicos son indetectables, imagina como serán si los ignoramos por completo. Cómo padre, mantente alerta a lo que hacen tus hijos en redes sociales, con sus amigos, en su entorno. El estilo de vida tan apabullante en el que vivimos, nos tiene complemente inmersos en nosotros y deja de lado a nuestros jóvenes que probablemente piden a gritos nuestra atención.
Revisa. Supervisa. Habla con ellos sobre contingencias, balaceras y actos de emergencia, sé parte proactiva de una salvación crónica que probablemente lo evite de ser una estadística más.
Como padres, somos en parte responsables de los actos de nuestros hijos en un mundo donde la inocencia se pierde entre tecleos de pantalla y el desdén es parte fundamental de una supervivencia maligna que poco a poco nos ampara en la oscuridad de nuestros pensamientos.
Ahora pregúntate: ¿Mañana? ¿Puede ser mi hijo?
Dios o en lo que crean nos bendiga a todos.
Hasta la próxima.

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