La ciudad cayó. El humo y polvo que se dispersaba entregaba a cada persona de la ciudad una imagen desolada, triste, desesperante. La ciudad de México se encontraba en ruinas en muchos lugares. El dolor y la preocupación era palpable en cada rostro, en cada expresión, en cada edificio donde las manos ensangrentadas quitaban las piedras para llegar a ellos, los caídos, los dolosos sin nombre que aún no se convertían en estadística.
Pero la nación se crece como siempre. El país y la vida comienzan a brillar desde cada piedra que se levanta, desde cada uno de los cuerpos que latían aún con una vida resquebrajante. El cielo se abrió, y con él la esperanza de un país que estaba de pie y que hoy más que nunca jamás se rinde.
Hoy celebramos de nuevo esa pasión, esa fe, esa energía que puso a caminar a México.
Hoy, celebramos un año más de esa tragedia que solo nos demostró una cosa: Un México herido, siempre estará de pie.


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