México llegó a un momento clave e histórico gracias a todos los mexicanos. Hoy podemos decir que vivimos en una democracia gracias a la participación de todos, gracias a ese inquebrantable deseo de superación colectiva, gracias a la fe (con muchas reservas) que se le tuvo a las instituciones. A partir del 1 de julio del 2018 la historia de este país se determinó por el voto contante y sonante de 30 millones de mexicanos que dieron esa esperada mayoría a lo largo y ancho del territorio nacional. En una increíble utopía, la vida se transformó de nuevo. Seis años fueron suficientes para sacar por segunda vez a un partido del poder que ve cómo se entierran los restos de su credibilidad. Y así, gracias a esos millones de mexicanos que salieron a las calles y tomaron como rehén a la democracia, podemos decir con orgullo que nuestro país dio ese pequeño paso que tanto hemos anhelado hacía la madurez política, hacia los logros sociales, hacia la paz con nuestra historia.
Pero en un país tan caprichoso como México, la esperanza de esos millones de personas tienen una contraparte que ve desde la barrera los cambios reales, que observa con confusión la trasmutación del orden político, que ve con encono el arrebato de los nuevos adeptos, que contempla con incredulidad como la democracia comienza a dar ese giro de 180 grados que ha trastocado la «estabilidad» de un país.
Y no es para menos, los políticos en México han lucrado con los sentimientos de una sociedad que es como un barco a la deriva en una tormenta sin escrúpulos, todos ellos apostando a esa fibra determinante que tenemos los mexicanos y que nos lleva a tomar decisiones sin pensar en más allá de la jornada electoral.
La grave situación de nuestro país, años y años de graves delitos, de ignorancia, de resentimiento, de pobreza, de indiferencia, de violencia, de desigualdad, son los graves detonantes que nos hacen creer cada seis años en un nuevo personaje que sale de la nada y que se vende como un cambio verdadero, cuando, desde las más profundas trincheras de los negocios, desde la más oscura profundidad política, la realidad sigue siendo otra.
Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia de forma contundente. Fue un candidato que supo perfectamente medir el timing y utilizó todo el capital político que sus adversarios fueron dejando en el camino. El tabasqueño supo aguantar muchos embates hacía su persona, donde desde hace tiempo se le reconocía como ese personaje que movía las masas por su gran labia y eficaz forma de utilizar el nosotros como verbo y el ellos como ataque. Gracias a la gran corrupción de todos los políticos y gobiernos y a la forma en como Andrés Manuel puede corromper la conciencia de la sociedad tenemos en el poder al primer presidente de una izquierda democrática en México.
La izquierda, esa «terrible» ideología política que asusta a los que la escuchan y enarbola a los que la practican, se ha mantenido de la mano de muchos gobiernos alrededor del mundo. Afortunada o desafortunadamente sus dividendos no han sido siempre los más halagüeños tanto por factores internos, como geopolíticos, como culturales, y que en México, hasta el momento, sigue encendiendo los focos rojos de los mercados nacionales e internacionales en una economía emergente que se ha convertido en el puente comercial entre dos continentes y que hoy, sólo vive al día hasta que se estabilice el nuevo gobierno. Por lo tanto, en un país con tanta desigualdad y pobreza extrema, la izquierda fue esa semilla que cayó en un suelo tan fértil que floreció con un nuevo presidente como dador de una paz e igualdad que tanto se anhela, pero que poco se practica.
Pero también es importante reconocer en Andrés Manuel a ese personaje que se dedicó a dividir el país en malos y buenos, en ricos, super ricos y pobres, vaya, que se dedicó a capitalizar los sentimientos de una nación. Ha sido también ese personaje que ha contribuido en mucho a esta inestabilidad social y encono en el que estamos y qué, apoyado por millones de personas que creen solamente en él y no en su proyecto como tal, vivimos en un México que ha dado un giro de timón, sin saber aún cuál es el rumbo específico.
Su demagogia, su increíble poder de convencimiento y el gran equipo de trabajo que conformó entre operadores políticos, de mercado y diferentes «agregados» de otros partidos, dieron el control inmediato de las encuestas a un hombre que nunca se bajó, con todo mérito, del pedestal.
Pero ese es el oficio político de Andrés Manuel, un viejo lobo de mar que supo perfectamente donde y cuando colocar la banderilla en el lomo de una alicaída cúpula de poder que gracias a la era digital, se vieron copados en todos sus malos manejos de una forma casi diaria, algo, que fue la estocada final a su pretensiones de cara al 2018.
Pero Andrés Manuel tiene un largo camino al 2024.
El candidato y dueño comercial de MORENA ha convertido sus palabras en esa enorme prisión de la cual son presos todos los políticos cada seis años. Hoy parecen muy lejanas las propuestas de campaña. Porque no es lo mismo cacarear el huevo que poner el cono; hoy, el presidente de la república tiene la gran responsabilidad (cómo lo dijo él en propia voz) de no fallarle a nadie, de juzgar a todos los que se quieran salir de la raya (incluida su esposa e hijos mayores, compañeros de movimiento y actores políticos), tiene así también, la gran responsabilidad de hacer cumplir la ley y no saltarse la barrera de la legalidad como lo hizo con la consulta popular para cancelar el aeropuerto de Texcoco. Tiene la responsabilidad histórica de no crear nuevas oficinas como las que creó para su esposa o manipular la ley para que amigos como Paco Taibo II ocupe un puesto en el Fondo de cultura económica. Hoy, el presidente tiene la obligación de cumplir todos los sin sentidos económicos y sociales que prometió en campaña, hoy, tiene la responsabilidad de dejar de pensar que se encuentra en campaña permanente y trabajar por el bien de un país que ve con esperanza que cumplirá, por lo menos, en las partes tangibles hacia la sociedad así como los muchos y graves rezagos que prometió subsanar.
El país te observa Andrés Manuel, y más allá de tus aplaudidores pagados o no pagados, de tus operadores políticos y demás personas inmersas en esa defensa contínua y patológica a tu persona, tienes también a todo un pueblo que te seguirá apuntando con el dedo tus acciones así como tu lo hiciste cuando estabas en la tribuna.
A partir del sábado dejaste de ser perseguidor para ser perseguido. A partir del sábado dejaste de ser candidato para ser presidente de un país muy volátil, muy bélico y que no perdona. A partir del sábado todas tus acciones se medirán con la misma vara con la cual tu mediste desde el primer momento de tu campaña.
¡Buen suerte Andrés Manuel!, porque más allá de lo que piensen muchos, se te desea que te vaya muy bien, no por ti como persona, sino por esos millones de votantes que ven en ti esa esperanza que vendiste con un marketing impresionante, y que hoy, puede convertirse en el epitafio de tu sexenio.
Buena suerte, créeme, la necesitarás
Hasta la próxima

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