Pensaba en escribir de otra cosa, pero lo sucedido esta semana con quien dice gobernar este país requiere atención y preocupación, aunque a muchos ya les venga valiendo madre.
Puede que mucha gente ya tenga un comprensible hartazgo del tema político, al relacionarlo con transas, las mismas cantaletas de siempre y viejitos que al verlos piensas que han de oler a perfume barato del que venden en un Chedraui. Y por esto es que ya muchos han normalizado, minimizado o hasta justificando los dejos de autoritarismo del señor que arma shows matutinos en Palacio Nacional; pero una cosa es que la gente lo piense y diga y otra que el presidente lo declare con todo desparpajo y acento de la costa, porque ahora sí cantó el tiro derecho y lo terminó de pintar como realmente es.
Y aquí haciendo muestra de los 8 semestres que me chuté en la Licenciatura en Derecho, de la que no me he podido titular todavía (total no le veo prisa, hay quien se ha tardado en titular 14 años y han llegado hasta la presidencia), les intentaré explicar lo mejor que pueda.
Diría el clásico contemporáneo, resulta y resalta que exista algo llamado Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un documento, libro y hasta archivo pdf descargable de manera gratuita, que es la ley suprema de nuestro hermoso país y tierra del mariachi, en donde se nos dice cómo se constituye (de ahí su nombre) o se organiza nuestro terruño, sus instituciones y todo el changarro en sí.
Si el país se divide en estados, es porque en ella está estipulado; si nuestra forma de gobierno es la democracia, es porque ahí está apuntado y si el poder supremo se divide en tres poderes para que no todo recaiga en uno solo, es porque ahí está señalado, no hay más nada por encima de la carta magna, tal como lo dijo el mismísimo mesías macuspano el día de su ungimiento como primer mandatario: “al margen de la ley nada y por encima de la ley, nadie”, así también como realizar el juramento de ley indicado en el artículo 87 constitucional (o sea, no cualquier shingadera): «Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande”. Al parecer nada más lo dijo para cumplir con el requisito y lograr su terco sueño.
Y ya ante los embates mediáticos que han exhibido las irregularidades de su gobierno y arrojando más patadas que Alfredo Adame tirado en el piso cuando siempre termina madreado, AMLO ha dejado ir su lengua de manera más desbocada que revendedores buscando pasteles en Costco, terminando de pintarse de propia voz como el autócrata que muchos habían señalado como tal desde el inicio de su sexenio.
“Por encima de esa ley, está la autoridad moral y la autoridad política” (SU autoridad moral y SU autoridad política) fue lo que dijo al ser cuestionado si no le importaba la Ley de Protección de Datos Personales, emanada de la Constitución y a la que está sujeto como funcionario público, por haber dado a conocer el teléfono personal de la periodista que lo quiso entrevistar respecto a un reportaje sobre el financiamiento de su campaña electoral y nexos con el crimen organizado. Frase lapidaria y más fría que la mirada de mi exsuegra cuando me la topo en la calle, que dejó mudos a los periodistas, paleros o no, que estuvieron esa mañana en su show matutino, considerando que México es el país más perro para ejercer el periodismo en el mundo, donde que podría jurar que hasta muchos miembros de la 4T debieron decir “aaah, no, ahora sí se supermamó el patrón”.
Pero dejando un poco de lado la preocupante y no menor situación de los periodistas, esto ha sido una declaratoria formal de López Obrador del autoritarismo que ha querido implantar a lo largo de su sexenio, ejemplos hay muchos, como queriendo hacer reformas que destrocen la constitución que él mismo juró respetar y hacer respetar, pasándole por encima a multitud de leyes y ordenamientos jurídicos; decir que él ordenó la liberación de Ovidio Guzmán cuando ya lo habían apañado en el famoso “Culiacanazo”; ordenar a su mayoría legislativa a aprobar reformas sin cambiarles un punto y como y que a leguas se notaron como inconstitucionales; realizar mañosamente proselitismo a favor de su movimiento político en sus conferencias y mítines; el descalificar cualquier cosa que exhiba la corrupción, tráfico de influencias y demás irregularidades en su gobierno diciendo que es mentira, solo porque él lo dice, como dueño de la verdad absoluta; o como cuando en la pandemia dijo “yo les diré cuando poder salir” o declarar que “ya se terminó la pandemia” nomás por sus pistolas y conociendo la alta mortalidad que tuvimos en México por ese motivo; la descalificación a organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la OEA y a la mismísima ONU sobre señalamientos de problemas de índole económica, social o de derechos humanos; también la búsqueda incesante por meter allegados en organismos autónomos como el INE, el Tribunal Electoral o querer hacerse también del Poder Judicial de la Federación o ya en últimas, buscar desaparecer a estos entes para que no le hagan contrapeso y que nadie se interponga en su plan de hacer lo que a su voluntad se le antoje y de aplicar, como Luis XVI, rey de Francia, la de “El Estado soy yo”, pero agregándole el toque mexicano: #QueChingueASuMadreTodoLoDemás.
López Obrador se ha descubierto y señalado cómo será el tramo final de su sexenio. Todo esto debería preocuparnos en sobremanera, porque si así son las cosas hoy que tenemos a un gobernante al cual las leyes e instituciones existentes han podido contener, no quisiera pensar cómo sería México con alguien que pudiera tener la rienda suelta.
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