Cartas a mi hija – por Edel López Olán.
La Tormenta

La tormenta es el mejor regalo que puedes esperar.
Te asusta. El viento, los relámpagos, el frío, el dolor que provoca mantener tu vela en alto, todo está en tu contra.
Pero hoy no, hoy la tormenta llegó en el momento indicado, así, sin avisar, como lo hacen los enemigos en medio del mar.
Bien dice el viejo adagio: «Un marinero no se hace experto en un mar en calma», y tú has demostrado ser una gran marinera. Hoy esa tormenta tiene un extraño aire de esperanza sabes que amarres hacer, pero te confundes, no sabes para donde girar tu cabeza, hacía donde girar para ir con el viento en contra. Hoy eres alguien diferente.
El primer golpe. Te aferras al timón para no perder el curso. Lloras. La desesperación de perder el poco viento a tu favor te hace menguar en tus fuerzas, pero eres fuerte, entiendes que ese viento es un viento de cambio y debes soltar el timón para retomar el curso y la corriente a pesar de ese primer golpe mortal.
Un nuevo golpe. La vela pierde fuerza. Envuelves con tu mano derecha el antebrazo mientras jalas a tu pecho la espiga, no puedes perder la vela, es lo único que te hace mantener tu vertical. Pero la observas detenidamente en medio de la lluvia y los relámpagos, observas cómo se agita violentamente contra el viento y sigues tratando de mantenerla en pie a pesar de los relámpagos, del dolor de tus extremidades. Te percatas que el mastil comienza a tronar y puede romperse y sueltas un poco sin perder el control, solo observando la marea, tratando de levantar el vuelo con cada ola, te vuelves uno con el ritmo de la tormenta.
Pero los vientos arrecian, quieren sacarte de balance. Te aferras con todas tus fuerzas a la embarcación que impide que te ahogues.
Pides explicaciones, no las tienes.
Lloras, nadie te escucha.
Suplicas al viento, pero te ignora.
Solo eres tú y esa soledad que te invade, que te aterra, que te hace infeliz, pero sigues, a pesar de todo.
La tormenta se ha percatado de que tiene un rival fuerte, frágil en su estructura pero con la voluntad de un león.
De pronto, un rayo de luz se asoma entre las nubes. Su cálido saludo empapa tu rostro. Haz ganado. Poco a poco tu cuerpo cansado se vence ante la tranquilidad mientras observas como la tormenta pasa sobre ti y centellea reconociendo al gran rival que tuvo.
El cielo azul se asoma y la cálida brisa de este enorme océano de dudas te saluda. Todo ha pasado. Las cristalinas gotas caen frente a ti mientras recoges los pedazos que quedan de tu embarcación. Navegas en la tranquilidad de un mar en calma.
Un sonido a tu espalda. Reconoces el llamado. Das media vuelta y observas como una nueva tormenta se avecina. Recoges tu pelo, tomas el timón y envuelves tu brazo con la soga en tu mano derecha para afianzar tu vela.
¡Vamos maldita!…¡Aquí estoy!
Y navegas al fondo de la tormenta. Más lista, más preparada, más mujer.


Deja un comentario