De manera casi natural y meramente humana, al ser heridos de formas diferentes y necesarias para poder crecer y entender el mundo en el que vivimos, comenzamos a construir de a poco esa fortaleza que pone a «salvo» nuestra esencia, y casi imperceptible nos vuelve desconfiados y algunas veces precavidos.

Vivir bajo reserva y con extrema cautela nos hace situarnos como los seres irremediablemente vulnerables que somos. Quizás no lo hacemos de manera consciente, sin embargo, para aquellos foráneos que el destino decide acercar a nosotros, atravesar esa fortaleza puede causarles desconcierto, interés, extrañeza, fijación etcétera, etcétera.

¿Qué significa entonces desnudar el alma; acaso debemos de ir por la vida evitando ser quienes en verdad somos, o es que somos ese patrón de sucesos inesperados que algún día entenderemos?

Lo gracioso es que precisamente de todo esto se tratan las relaciones humanas: sentirnos heridos, sentir que morimos, amar con los ojos cerrados, creer, decepcionarse, levantarse y volver a creer, vivir, relajarse, entender y volver a creer.

Desnudar el alma es un comportamiento que pudiera ser natural e innato, sin embargo, como todo en la vida es un riesgo que se tiene que correr con posibles «bondades colaterales» o aprendizajes forzosos que no todos decidimos tomar.

Desnudar el alma

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La frase de la semana

«La ambición jamás se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza.»

Napoleón I (1769-1821)
Emperador francés.

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