por Ani Hernández
No sé si a alguien le ha sucedido que cuando pasa por una desgracia tan dolosa como el perder a un ser amado, voltear y observar que el mundo sigue girando pareciera ser un acto de irreverencia a tu dolor, pero luego te das cuenta de que nadie más que tú está viviendo esa desgracia y justificas el momento con esa extraña sensación de poca empatía, después, de a poco va pasando y entiendes la frase de «La vida continúa»
Hoy que leí la noticia del joven secuestrado me sucedió justo lo anterior, no era nadie cercano a mí, pero era un hijo y eso fue suficiente para sentirme profundamente consternada y molesta con lo acontecido.
No puedo ni siquiera suponer el dolor, la impotencia y la rabia por la que están pasando ahora los padres de un ser humano más que ha sido privado de su vida por unos asesinos que al parecer no les importó siquiera pensar que también bien ellos son hijos, hermanos y probablemente padres.
Asesinos que no tuvieron una madre que los guiara, que les mostrara que por difícil que sea la vida hay caminos transitables en donde el trabajo, el empeño, la dedicación, la fortaleza pero sobre todo el anhelo de ser alguien puede dar buenos resultados. No, no hubo una madre ni tampoco un padre que les orientara. No hubo abuelos ni familia cercana. No hubo maestros ni hubo quien les mostrara que los lugares en la vida se ganan, que el amor al prójimo se cultiva en el corazón, que la nobleza vale más que la arrogancia, el odio y la soberbia, que el respeto se gana, que para cosechar hay que sembrar, que lo ajeno no les pertenece. ¡No, no hubo nadie que les acogiera! Fueron hijos de la calle, de la miseria, de la apatía y de la hostilidad, de la pobreza de almas traducida en una inefable obviedad de desamor.
Como madre, lamento profundamente escuchar este tipo de noticias, el corazón se me colapsa de tan sólo imaginar que ésta es nuestra realidad, que ésta es la vida que viven nuestros hijos. No es posible que el miedo y la desconfianza a los de nuestra misma especie se apodere de nuestra libertad.
Es triste irse al fondo de una situación como ésta en una pregunta que sabemos la respuesta ¿el gobierno, quizás la educación o los valores que inculcamos en casa, o quizás todo en conjunto?
«Un buen corazón se hace en casa»
Realmente todo se remite a los valores que se transmiten en casa y es de lo que nuestra sociedad carece evidentemente hoy en día. Tal pareciera que las apariencias fueran el remedio de nuestra austeridad humana, piltrafas de vida preocupadas por encajar en patrones establecidos, dejamos de lado lo realmente importante EDUCAR A NUESTROS HIJOS. Los niños de ahora no conocen la empatía, la honestidad, el perdón y ¡no por ignorantes! Sus adultos responsables no los conocemos tampoco, no podemos exigir que practiquen lo que no saben. Tal pareciera que el hambre voraz de libertad justifica sus acciones y es precisamente en este punto en el que nos encontramos viviendo «quién eres tú para decirme» «achis» «yo llegué primero» «hazlo tu» «tú no me mandas» y así puedo enlistar un sin fin de frases que a lo largo de 20 años como maestra les he escuchado a muchos niños pequeños, ¿preocupante? ¡NO, ALARMANTE!
Es imperativo ubicarnos en el desabasto de valores en el que nos encontramos y observar detenidamente los daños colaterales que provocamos por ser ignorantes en lo más básico y elemental que no hace mucho caracterizaba al ser humano. Las noticias cada vez son más caóticas y lo más lamentable es que nosotros mismos las provocamos.
¡Pongámonos a trabajar en lo importante! Eduquemos en valores a nuestros hijos, enseñemos lo básico: EMPATÍA, HONESTIDAD, SOLIDARIDAD Y PERDÓN.
Deseo de todo corazón que el consuelo de estos padres no sólo sea haber encontrado el cuerpo de su hijo, sino la captura y el castigo terrenal que les corresponde a estos asesinos y que Dios les abrace fuertemente hasta que ellos puedan hacerlo en la eternidad con su bebé.
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