El cerebro trabaja de forma acelerada y trata de organizar todo para no incumplir con tu obligación de mantener la información de forma secreta.
La tensión es real. Aunque algunas personas son mejores para guardar secretos que otras, el sentimiento de angustia que sentimos al esconder algún tipo de información se manifiesta a nivel físico, mental y emocional. Además de traer el peso de no poder ser transparentes, el cuerpo somatiza estos sentimientos como si estuviera en un estado constante de alarma. A nivel químico, el cerebro resiente este estado de alerta prolongado, que no identifica como natural. Éstas pueden ser las consecuencias.
Michael Slepian es profesor de psicología en Stanford. Durante décadas, se ha dedicado a investigar cómo es que guardar secretos afecta la vida diaria de las personas. Aunque por años se pensó que el problema era esconder la información, el psicólogo estadounidense piensa que tiene raíces más profundas.
De acuerdo con diversos estudios que Slepian ha conducido en Stanford, el problema de guardar secretos no radica en ocultar cierta información en específico. Por el contrario, empieza cuando tenemos que vivir con ese hecho, e interactuar con los demás sabiendo que no estamos siendo totalmente transparentes con ellos.
En la investigación, publicada en National Library of Medicine, el experto asegura que retener secretos “se relaciona con un menor bienestar“. No sólo eso. Se genera un estado de alarma constante que produce ansiedad en las personas, según escribe para Scientific American:
“[Guardar secretos genera un] aumento de la ansiedad, depresión, síntomas de mala salud e incluso la progresión más rápida de alguna enfermedad. Hay una explicación aparentemente obvia para estos daños: ocultar secretos es un trabajo duro”, explica Slepian.
Más allá de la ansiedad que genera ocultar información, el cuerpo resiente estar en un estado constante de alarma. Más aún “en situaciones sociales que requieren el ocultamiento activo de esos secretos“, detalla el psicólogo. Es decir: pensar en estrategias para no decir la verdad, o añadir elementos para que la historia sea ‘más creíble’, nos afecta a nivel psicológico y mental que el secreto en sí mismo

El cerebro no está equipado naturalmente para vivir en estrés constante. Por el contrario, aunque los seres humanos tenemos hormonas que nos ayudan a salir de situaciones amenazantes, necesitamos espacios de descanso en los que el sistema nervioso se sienta tranquilo. Guardar secretos nos impide alcanzar ese estado de paz, sugiere Selpian.
“El simple hecho de pensar en un secreto puede hacernos sentir falsos. Tener un secreto que vuelve a la mente, una y otra vez, puede ser agotador. Cuando pensamos en un secreto, puede hacernos sentir aislados y solos”, explica el psicólogo.
Además del cansancio anímico, físicamente el cerebro resiente que estemos preocupados siempre. Sin tiempo para relajarse, induce al cuerpo en estados de ansiedad que parecen no terminar nunca. Además de generar complicaciones gastrointestinales a la larga, compromete la salud mental y el bienestar general de las personas.
Los resultados de sus investigaciones sugieren que, en promedio, una persona guarda al menos 13 secretos al mismo tiempo. Conforme más pesados sean, mayor su inestabilidad emocional y malestar. Por eso, naturalmente estamos programados a reaccionar de manera defensiva: si alguien descubre que estamos mintiendo, podríamos tener consecuencias negativas, o caer en situaciones desagradables.
Aunque esto es cierto, no existe realmente un fundamento moral que nos impida decir la verdad siempre. Ésta es una decisión personal, que depende del contexto y de las posibilidades individuales de cada quién. Más allá de las imposiciones sociales, es una realidad que el cerebro no está diseñado para cargar el peso de uno o varios secretos por mucho tiempo. Por eso, cuando los dejamos ir, es común que tengamos momentos catárticos —y que sintamos como si nos quitaran un peso de encima.
Texto original: Muy Interesante
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