Dicho y hecho ( porque sabiendo ya cómo se las gastan en la actual administración federal), sin necesidad de utilizar una bola de cristal, la marcha convocada por López Obrador ha destacado por un brutal acarreo desde distintas partes de la república; extorsión a empleados gubernamentales para ir sí o sí a la marcha, filas enormes de autobuses, algunos de ellos en versión turística de lujo; box lunch desde los más sencillas con la típica tortita y Boing hasta pambazos con costillita guisada con cargo a dependencias de gobierno a $ 65 precio unitario; todo lo que hacían y señalaban de gobiernos de antes, realizado ahora por los que se quejaban de ello y que prometían que no eran iguales, pero ahora elevado a la potencia y peor, intentando legitimar el acarreo como un talento y virtud, todo con el afán de satisfacer el ego de un presidente que prometió mucho y que debido a esas promesas rotas ahora debe comprar y acarrear afecto para intentar demostrar quién es el dueño de la calle.
Sin embargo, puede que ese abuso por llenar su vanidad le repercuta en las preferencias, ante el hartazgo de quienes tuvieron que participar con presiones no solo a esta marcha, sino a las varias ocurrencias que han surgido de la mente del Ejecutivo federal, como comprar boletos para la rifa del avión presidencial que ahí sigue guardado en un hangar de gobierno consumiendo presupuesto de mantenimiento, o juntar firmas e ir a votar a las consultas para enjuiciar a expresidentes o la de revocación de mandato, que no juntaron lo necesario para considerar sus resultados con peso jurídico.
Hay que recordar que dentro de las casillas, el voto es libre y secreto… todavía.
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